En el punto diametralmente opuesto a nuestra tierra, el lugar más alejado de España, se encuentran nuestras antípodas: Nueva Zelanda, en Oceanía. Ese lugar remoto y lejano que capta nuestra atención, al que a todos nos gustaría visitar; sin embargo, la lejanía y la duración del viaje, nos alejan de ese destino para acercarnos a otros. No en vano, se trata del punto más alejado de nuestra madre patria. Aunque las distancias, cada vez son más cortas, gracias a la eficacia de los transportes aéreos.
Como nos cuentan desde Maletas por Avión, expertos en el envío de maletas internacional, los viajes a este remoto país, cada vez, son más demandados. Adentrarse en esos parajes insólitos, escenario de películas como “El Señor de los anillos”, descubrir su fauna y flora y comprobar que, hay vida más allá de los océanos, es un atractivo cada vez más factible.
Este país, compuesto por dos islas, es un lugar de infinita belleza y espectacularidad. Dos mundos diferentes separados por tres horas de viaje en ferri. Aunque el nombre de esas dos islas no es demasiado original: isla Norte e isla Sur, si lo son las animadas ciudades y la naturaleza que lo componen.
Demos un paseo por esas islas y veamos cuáles son sus particularidades.
Isla Norte, de Auckland a Hobbiton
Nos gusta pensar que los países son homogéneos, tenemos arraigada esa extraña y desfasada creencia. Sin embargo, la realidad, es otra. La homogeneidad es algo muy generalizado, no obstante, la diversidad y la heterogeneidad, van ganando terreno, merced a la pluralidad. En el caso de Nueva Zelanda, sus dos islas, son dos mundos diferentes, casi opuestos, por definición propia.
La naturaleza propia de la isla Sur, en claro contrate con las colinas domesticadas de la isla Norte, son las responsables de su contraste. Mientras que la isla Norte, alberga a dos tercios de la población total del país y a sus cinco millones de vacas lecheras, todos los geiseres y al mismo Mordor, la isla Sur, se queda con los fiordos, los bosques templados y lluviosos, los glaciares y las cimas alpinas.
En contraste con esos parajes de ensueño, la isla Norte, ofrece un estilo de vida kiwi (la fruta tiene en este país sus raíces a la vez que se trata de un estilo de vida propio de la isla). La bahía de Auckland, en la que se puede navegar a vela, o la cultura maorí, son algunos de los atractivos que ofrece esta isla.
Empezando por el principio, antes de sumergirse en un paseo por las antípodas, hay que visitar la capital del país: Wellington. Ciudad moderna, sencilla y agradable que puede visitarse en una sola mañana. Para alejarse del ruido y la civilización que ofrece la zona portuaria y más comercial de la ciudad, los turistas e incluso habitantes, se escapan a Rotorua. La encantadora ciudad donde la cultura maorí, cuenta con la protección que merece. Los viajeros, se encaminan a unos treinta kilómetros al sur de la ciudad para contemplar el famoso valle terma esculpido a lo largo de milenios por la actividad geotermal de la zona. Este lugar de ensueño, llamado Wai-O-Tapu, es una de las zonas sagradas de la cultura maorí.
Para disfrutar de la zona volcánica de Taupo, en el centro del territorio, donde una meseta de trescientos cincuenta kilómetros de largo por cincuenta de ancho, copan el entorno, hay que pagar una entrada que permite al visitante, recorrer los caminos donde se encuentran los cráteres humeantes. Este particular lugar, tiene muchas que enseñar al viajero: geiseres, cráteres y aguas humeantes que burbujean a setenta y cinco grados centígrados.
Pero la isla Norte, cuenta además con Napier, la ciudad art decó que fue destruida por un terremoto en el año mil novecientos treinta y uno. Su reconstrucción se llevó a cabo con el estilo de la época y al pasear por sus calles, puedes sentirte como si en una película de Hollywood te encontrarás.
Cinematográficamente hablando, no podemos dejar de mencionar Hobbiton. La aldea de los famosos hobbits creados por Tolkien y encumbrados, más si cabe, por Peter Jackson. Los fanáticos de la saga, no pueden evitar buscar esos parajes donde se recreo la aldea de las películas. Cuando el director propuso al dueño de la granja alquilar una zona para recrear la aldea, el propietario, le puso una sola condición: que no desmontara el set. Actualmente, las cincuenta casas de los hobbits, el molino e incluso la taberna, permanecen allí, tal y como fueron vistas a través de la pantalla.
Los viajes por la isla Norte, empiezan donde terminan, o terminan donde empiezan: Auckland. En esta urbe, se encuentra todo lo que cabe esperar de una metrópoli: atascos, precios desorbitados, gente… Sin embargo, en ella, a su vez, convergen todos los parámetros existentes en lo que a calidad de vida se refiere. Visitar esta ciudad, hace entender al viajero el como esta curiosa sociedad, ha forjado un país casi perfecto, pero alejado de cualquier otro lugar del mundo. Tal vez, este pequeño matiz, sea la razón de su extrema perfección: estar alejado de todo lo demás.
Isla Sur, naturaleza en todo su esplendor
Sin duda, tierra de atrayentes contrastes donde se albergan los más insólitos parajes que alguien se pueda encontrar. Desde glaciares a playas vírgenes, pasando por las cordilleras volcánicas y los valles de ensueño. Para los europeos, concretamente para nosotros, los españoles, las antípodas se sienten como un lugar conocido. Al viajero que cruza el mundo para adentrarse en estas tierras lejanas, la sensación al pisar sus tierras, es de haber estado allí.
La ciudad más grande de la isla, conocida por su nombre maorí, Aoraki, parece acabada de montar. Según los que la visitan, algunas de sus calles, parecen parte de un decorado de teatro urbano. Su catedral, aun de cartón, pues la de piedra, permanece en ruinas desde que un temblor la sacudió en el año dos mil once. Su imponente y gran jardín botánico cuenta con una exuberante vegetación que evoca las escenas de las ya citadas, películas de Tolkien.
Navegar en mar abierto es fácil desde la bahía de Akaroa, donde puedes coincidir con delfines y focas que hacen su vida en esas lides sin inmutarse por la presencia humana.
Una de las grandes sorpresas de la isla Sur, es Oamaru, una ciudad fantasma que ha sido colonizada por los pingüinos. Su puerto, de gran importancia a mediados del siglo diecinueve, sigue flanqueado por las calles anchas y jalonadas de edificios de color marfil. El estilo victoriano prevalece en esas fachadas que podrían ostentar el titulo de dickensianas.
Dunedin, es otra de las ciudades que bordean la costa. Su aire escoces, atrajo a numerosos inmigrantes que a, mediados del siglo diecinueve, construyeron su propia Edimburgo. Convertida en tierra de escritores, hoy ostenta ese linaje intelectual que la Unesco le concedió al declararla la octava ciudad literaria del mundo.
No en vano, si Baudelaire hubiera sabido de los albatros reales que por allí se mecen, su poema tendría todavía, mayor relevancia. Fauna y flora que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. La convivencia en un ecosistema de pingüinos, focas y leones marinos, patos gigantes o los citados albatros, no puede darse en otro ecosistema.
Nueva Zelanda ofrece mucho al viajero. Cultura, naturaleza, modernismo. Todo convive y se conjuga en un país de pequeñas dimensiones, con la población justa y los lugares más hermosos. La ecuación perfecta de calidad de vida, en el lugar perfecto para vivir sin necesidad de conocer otras fronteras.